OpenAI, una de las compañías más influyentes en la revolución de la inteligencia artificial generativa, ha sido durante años el socio estratégico por excelencia de Microsoft. Su colaboración ha dado forma a productos como Copilot y ha sido clave en la integración de modelos avanzados en servicios como Azure. Parecía una alianza blindada, el ejemplo perfecto de cómo dos gigantes pueden impulsar juntos el futuro tecnológico. Pero en el mundo de la IA, donde la velocidad lo es todo y las ambiciones no se detienen, incluso los pactos más firmes pueden agrietarse.
Las tensiones entre ambas compañías se han intensificado hasta el punto de que, hoy, las negociaciones se encuentran totalmente bloqueadas. OpenAI considera emprender acciones legales por competencia desleal, mientras Microsoft amenaza con limitar su colaboración al marco contractual vigente sin ampliar su compromiso. Esta ruptura de confianza no solo compromete el presente de ambos actores, sino que plantea interrogantes serios sobre el rumbo de una de las alianzas más influyentes de la última década en el sector tecnológico.
El origen del conflicto está en la intención de Microsoft de fortalecer su posición dentro de OpenAI. La compañía de Redmond no solo quiere garantizar un mayor porcentaje accionarial, que podría llegar hasta el 49 %, también ejercer mayor control sobre el desarrollo y uso de propiedad intelectual compartida, como la que rodea al proyecto Windsurf. En su visión, después de haber invertido miles de millones, ese control es un paso lógico para proteger su influencia y retorno.
OpenAI, sin embargo, defiende su modelo fundacional: una estructura de “beneficio limitado” que impide la captura total del proyecto por parte de accionistas externos. Cambiar este marco implicaría renunciar a su independencia y abrir la puerta a decisiones dictadas más por intereses financieros que por principios de desarrollo ético y colaborativo. En ese dilema —entre preservar su identidad o asegurar su supervivencia financiera— está el núcleo del desencuentro.
En medio de esta tensión, OpenAI ha comenzado a preparar una posible denuncia por prácticas anticompetitivas. Sus abogados consideran que las condiciones impuestas por Microsoft podrían ser vistas como una forma de coerción empresarial, diseñada para limitar la libertad operativa de su socio. Esta posible acción judicial ha reactivado la atención de organismos antimonopolio en Estados Unidos y Europa, que ya tenían en su radar la magnitud del acuerdo entre ambas entidades.
Para evitar consecuencias legales, Microsoft ha tomado algunas medidas preventivas, como abandonar su puesto de observador en el consejo de administración de OpenAI. Sin embargo, estas acciones no han sido suficientes para frenar el escrutinio regulatorio, que sigue abierto y podría desembocar en sanciones, condicionamientos o incluso restricciones para futuras colaboraciones en el sector de la inteligencia artificial.
Pero el conflicto no es solo legal o estructural: también es económico. OpenAI se encuentra en plena búsqueda de nuevos fondos, con la necesidad urgente de cerrar una ronda de inversión que asegure su expansión durante los próximos años. SoftBank figura entre los posibles aportantes, con hasta 10.000 millones de dólares comprometidos, pero la incertidumbre creada por el estancamiento con Microsoft podría poner en riesgo esas negociaciones. La imagen de una compañía en disputa interna no es precisamente la más atractiva para inversores de esta magnitud.
Por su parte, Microsoft ha endurecido el tono: si no se redefine el marco de colaboración, se limitará a mantener lo firmado hasta 2030. Esto significaría seguir explotando lo ya desarrollado, pero sin nuevos proyectos ni avances compartidos. El impacto en productos clave como Copilot, así como en las integraciones de IA en sus servicios empresariales, podría ser significativo. Y lo que hoy es una colaboración tecnológica podría quedar reducida a una simple relación contractual pasiva.
Esta situación refleja, con claridad, cómo incluso las alianzas más emblemáticas pueden derrumbarse cuando chocan intereses económicos, ambiciones tecnológicas y necesidad de control. Lo que está en juego no es solo el destino de OpenAI y Microsoft, sino el equilibrio mismo del ecosistema de la inteligencia artificial. Lo que ocurra en los próximos meses entre ambas definirá el nuevo mapa de poder en una industria que no espera a nadie.
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