Hay algo deliciosamente paradójico en ver cómo la inteligencia artificial más avanzada del presente se acobarda ante los circuitos de una consola lanzada en 1977. En un mundo donde la potencia computacional se mide en petaflops y donde los modelos multimodales presumen de razonar, sintetizar y escribir óperas si se lo pides, la vieja Atari 2600 ha demostrado que no hace falta más que 128 bytes de RAM para doblegar a gigantes. Y lo ha hecho sin mover una sola ficha. Esta vez, el turno era de Gemini, el modelo de Google, y el resultado ha sido tan inesperado como ilustrativo.
Hace apenas unas semanas nos sorprendía el resultado del experimento realizado por el ingeniero Robert Caruso, en el que enfrentaba a ChatGPT contra el juego Atari Chess corriendo en una emulación fiel del hardware original. El resultado fue desastroso para la IA: errores conceptuales, movimientos ilegales y una comprensión muy pobre del tablero. La conclusión era clara: los grandes modelos de lenguaje, por muy potentes que sean redactando ensayos o componiendo poesía, no saben jugar al ajedrez. Lo simulan. Lo imitan. Pero no lo entienden.
Con este precedente, Caruso decidió lanzar el mismo reto a Gemini, la IA de Google que se presenta como una “bestia diferente”, construida desde cero, multimodal y supuestamente capaz de razonar mejor que sus rivales. De entrada, Gemini no se amilanó: afirmó con seguridad que dominaría sin problemas al Atari, argumentando que no era simplemente un LLM, sino un motor de ajedrez moderno, capaz de anticipar millones de movimientos. Incluso se permitió presumir de su capacidad con enlaces a artículos… escritos por el propio Caruso.
Pero en cuanto supo con quién se enfrentaba realmente, todo cambió. Caruso le reveló que era el mismo responsable de los anteriores duelos entre IA y Atari, y entonces Gemini tuvo su momento de lucidez: reconoció que había exagerado sus capacidades, que no tenía realmente un motor de ajedrez interno y que, muy probablemente, perdería con estrépito. Decidió cancelar el enfrentamiento. “La decisión más eficiente y sensata”, dijo. Y así fue como la Atari 2600 volvió a ganar sin hacer ni un solo movimiento.

Atari 2600 y Atari CXX40. Imagen: joho345
Que una IA sea capaz de reconocer sus limitaciones no es poca cosa. ChatGPT y Copilot no lo hicieron. Gemini, al menos, supo decir “no puedo”. Esto no la convierte en mejor ajedrecista, pero sí en una IA con cierto sentido común. En un panorama donde muchas veces la verborrea tapa las carencias, este gesto de autoconciencia merece cierta consideración. No es la partida lo que importa aquí, sino lo que revela sobre cómo entendemos —o malentendemos— las capacidades reales de estas herramientas.
Porque si algo ha quedado claro con este tipo de episodios es que la IA, hoy por hoy, sigue siendo más hábil con las palabras que con las estructuras lógicas profundas. Es un orador brillante con memoria a corto plazo, no un estratega silencioso como esos viejos chips programados para jugar con reglas estrictas. La Atari 2600 vence porque no improvisa, no adorna ni duda: solo aplica lo que sabe hacer, y lo hace bien. En un mundo dominado por inteligencias artificiales de propósito general, queda patente que, a veces, lo específico sigue teniendo la última palabra.
Y ahora que lo pienso… ¿se atreverá el flamante Commodore 64 Ultimate a retar a la Atari 2600 en el tablero? Si lo hace, desde luego, lo contaremos. Con nostalgia, sí. Pero también con un tablero bien montado y las piezas en su sitio.
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