Jon Prosser no es un nombre desconocido para quienes seguimos de cerca el mundo de la tecnología. Durante años, ha sido una fuente constante de filtraciones, aciertos y también polémicas. Pero esta vez el protagonismo le ha llegado en forma de demanda. Apple lo ha llevado ante los tribunales por algo más que un rumor filtrado: lo acusa de haber participado activamente en la obtención y difusión de secretos industriales, incluyendo información confidencial sobre iOS 26, antes de su presentación oficial.
La denuncia, presentada recientemente en California, señala a Prosser como coautor de una acción deliberada para obtener acceso no autorizado a un prototipo de iPhone, que contenía una versión preliminar del sistema operativo. Apple lo acusa de haber colaborado con Michael Ramacciotti, un empleado externo vinculado a uno de sus contratistas, para grabar el dispositivo en funcionamiento y filtrar sus características antes de tiempo. La empresa sostiene que esta filtración ha causado daños sustanciales, no solo por la pérdida de control informativo, sino por el riesgo de replicación de características por parte de la competencia.
Para quienes no lo conozcan, Jon Prosser es un creador de contenido con un perfil muy definido: el de filtrador tecnológico. Desde su canal Front Page Tech, ha publicado decenas de primicias, muchas de las cuales puedes encontrar en nuestras publicaciones, sobre productos aún no anunciados, especialmente de Apple, pero también de Google, Samsung y otras grandes tecnológicas. Ha construido una audiencia leal a base de aciertos y exclusivas, pero también ha cultivado una reputación ambigua, donde la línea entre la filtración y el marketing encubierto o la especulación interesada nunca ha quedado del todo clara. Esta demanda podría redefinir su papel en el ecosistema informativo.
Según los documentos judiciales, Ramacciotti habría accedido al iPhone tras obtenerlo indebidamente del entorno laboral de un ingeniero de Apple. En lugar de entregarlo o reportarlo, contactó con Prosser a través de una videollamada en la que mostró el dispositivo, permitiendo que este lo grabara en directo. Las imágenes y descripciones técnicas del terminal aparecieron poco después en Front Page Tech, en un vídeo que detallaba varias funciones de iOS 26 aún no presentadas al público. Apple argumenta que este acto no fue accidental ni inocente, sino parte de una estrategia deliberada para obtener notoriedad y beneficio económico.
For the record: This is not how the situation played out on my end. Luckily have receipts for that.
I did not “plot” to access anyone’s phone. I did not have any passwords. I was unaware of how the information was obtained.
Looking forward to speaking with Apple on this. https://t.co/NSUlJPMbld
— jon prosser (@jon_prosser) July 18, 2025
La investigación interna de Apple comenzó tras una denuncia anónima enviada a través de su sistema de integridad corporativa. Gracias al rastreo de direcciones IP, mensajes compartidos y análisis de dispositivos, la empresa localizó tanto a Ramacciotti como al responsable del terminal desaparecido. Este último fue despedido por negligencia grave, mientras que Apple recopiló pruebas digitales que, según afirman, demuestran la implicación directa de Prosser en el acceso a la información robada. La demanda reclama daños y perjuicios por violación de los acuerdos de confidencialidad y apropiación indebida de secretos comerciales.
Prosser, por su parte, ha negado las acusaciones públicamente. En un mensaje publicado en redes sociales, rechazó haber tenido acceso directo a ningún dispositivo de Apple y defendió su labor como informador tecnológico. Según su versión, el material le llegó como cualquier otra filtración, y su publicación se enmarca dentro del ejercicio del periodismo de tecnología. También advirtió sobre las posibles implicaciones de que una empresa como Apple utilice el sistema judicial para perseguir a quienes difunden información veraz, aun cuando esta provenga de fuentes internas no autorizadas.
Este caso abre un debate necesario sobre los límites de la divulgación tecnológica. ¿Hasta qué punto es legítimo filtrar información sobre productos aún no anunciados? ¿Y dónde termina el derecho a informar y comienza la complicidad con la obtención ilícita de datos? Como usuario y periodista, no puedo evitar sentir la tensión entre la curiosidad legítima por conocer lo que vendrá y la necesidad de proteger el trabajo de desarrollo de empresas que invierten años en secreto. La historia de Jon Prosser no es solo la de un filtrador llevado a los tribunales: es también la de un ecosistema que aún no ha definido sus propias reglas.
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