Microsoft exige un margen demencial a Xbox

Algunas ideas crecen hasta ocupar mucho más espacio del que parecían tener al principio. Xbox nació como una consola, pero Microsoft no tardó en imaginar algo más grande. Lo que empezó con una CPU, un mando y un disco terminó convirtiéndose en un ecosistema: servicios en la nube, suscripciones cruzadas, juego remoto, aplicaciones multiplataforma. No era solo jugar, era estar dentro. En cualquier dispositivo, en cualquier lugar. Y durante un tiempo, esa ambición pareció abrir nuevas puertas a los jugadores. Pero en toda expansión hay un riesgo: que cuanto más se crece, más se difumina el propósito original. Y que la promesa de juego acabe diluyéndose entre objetivos de negocio.

Todo parte de una decisión que no ha sido oficialmente reconocida, pero sí confirmada por diversas filtraciones internas de las que se hace eco Bloomberg: Microsoft ha exigido a su división de videojuegos un margen de beneficio del 30 %. En un sector donde el promedio ronda entre el 10 % y el 12 %, esta cifra representa no solo una aspiración ambiciosa, sino una ruptura con las dinámicas habituales de la industria. Lograr ese margen no implica solo vender más o gastar mejor. Implica tomar decisiones duras, eliminar lo que no ofrece retorno inmediato, y someter la creatividad a los límites del rendimiento financiero.

Las consecuencias no han tardado en aparecer, y han sido más que sonados. Como sabes, en los últimos tiempos Microsoft ha cerrado varios estudios, cancelado proyectos, subido el precio de Game Pass… un conjunto de medidas que en primera instancia todos relacionamos con el importe desembolsado por la compra de Activision Blizzard King, pero ahora, con esta nueva información, vemos que no se trataba tanto de «tapar un agujero», sin más, como de exigir un rendimiento muy, muy por encima de lo que podemos considerar normal. Y, claro, con el plus de lo que estas medidas y estos excesos pueden suponer.

Microsoft exige un margen demencial a Xbox

El daño va más allá de lo inmediato. Si esta política se mantiene, el medio plazo se presenta gris. Los estudios internos ya no trabajan pensando en la experiencia que quieren ofrecer, sino en el rendimiento que deben alcanzar. Y esa diferencia lo cambia todo. Se evitan los riesgos, se repiten fórmulas seguras, y se pierde la capacidad de sorprender. En lugar de una consola vibrante, con identidad propia y ambición narrativa, nos encaminamos hacia un ecosistema funcional, pero desprovisto de alma. Una consola que sobrevive, pero que ya no emociona.

Esa pérdida de rumbo no solo es un problema creativo: también es una amenaza comercial. Xbox siempre ha dependido de su comunidad. De jugadores que confiaban en su catálogo, en su apuesta por el juego cruzado, en su visión abierta del medio. Si esa comunidad percibe que ya no hay nada nuevo por descubrir, el vínculo se erosiona. Y cuando se pierde la confianza, ninguna suscripción, por cómoda que sea, basta para mantener vivo el interés.

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