Ver, al fin y al cabo, siempre ha sido el verbo más ambicioso del mundo tecnológico. No basta con mirar la pantalla del móvil, tampoco con proyectar la realidad aumentada frente a nuestros ojos. Lo que las grandes compañías buscan ahora es algo más profundo: que miremos a través de sus lentes. Y para ello, han decidido que las smartglasses son el próximo gran paso. Otra cosa es que el resto del mundo esté de acuerdo.
Google, Meta, Snap, Amazon… todas coinciden: la tecnología ha madurado lo suficiente para darle una segunda oportunidad a unas gafas realmente inteligentes. No se trata solo de tomar fotos o recibir llamadas, como ocurría en intentos anteriores, sino de integrarse con modelos de inteligencia artificial capaces de entender, recordar y procesar en tiempo real lo que tenemos frente a los ojos. Es una visión renovada del futuro, con IA conversacional, funciones de traducción en vivo y asistentes capaces de sugerirte un cóctel en función de las botellas que ves en la estantería.
Los ejemplos ya no están en fase teórica. Las Ray-Ban Meta permiten identificar objetos, traducir conversaciones y hacer recomendaciones contextuales. Google mostró cómo su asistente Gemini puede recordar qué cafetería miraste horas antes o ayudarte a resolver dudas sin sacar el móvil del bolsillo. Y Snap acaba de anunciar que su próxima generación de Spectacles, prevista para 2026, será plenamente consciente del entorno. Incluso Apple y Amazon parecen estar trabajando en proyectos similares.
Las cifras, por supuesto, acompañan este entusiasmo. ABI Research estima que el mercado pasará de 3,3 millones de unidades en 2024 a cerca de 13 millones en 2026. IDC prevé un aumento de 8,8 a casi 14 millones solo entre 2025 y el año siguiente. Esas proyecciones explican por qué los grandes nombres de Silicon Valley no quieren quedarse atrás en la carrera por un dispositivo que, quizás, sustituya al smartphone.
¿Pero lo hará? Porque por mucho que las empresas empujen, la adopción real depende de los usuarios. Y aquí empiezan las dudas. ¿Qué problema resuelven realmente estas smartglasses? ¿Cuántos están dispuestos a llevar un accesorio que no necesitan desde el punto de vista médico? ¿Qué beneficios ofrecen que no pueda proporcionar un móvil con cámara e IA integrada?
A estas cuestiones se suman las preocupaciones recurrentes: la privacidad (más difícil de gestionar que nunca con cámaras discretas y siempre activas), el diseño (todavía lejos del equilibrio entre funcionalidad y estética) y, por supuesto, el precio. Las Ray-Ban de Meta rondan los 300 dólares. Nada en comparación con el Vision Pro de Apple, pero sí lo suficiente como para que el usuario medio se lo piense dos veces.
Desde la industria, hay conciencia de estos obstáculos. “Ha habido varios intentos fallidos, pero ahora empiezan a aparecer conceptos que realmente funcionan”, admite Andrew Zignani, de ABI Research. Jitesh Ubrani, analista de IDC, añade: “Muchos creen que el smartphone será sustituido algún día por unas gafas o algo similar. No ocurrirá hoy, pero nadie quiere perderse ese cambio”.
Quizás el tiempo les dé la razón. O tal vez estamos ante otro espejismo high-tech, una nueva promesa que busca crear demanda donde aún no hay necesidad. Veremos si esta vez las smartglasses consiguen no solo abrirse paso en el mercado, sino también encontrar un hueco en los rostros —y en las rutinas— de quienes no han pedido otra pantalla más en su vida.
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